La ciudad en la que nací ya no existe
Soy suficientemente mayor como para recordar una versión de mi ciudad que ya no existe. No pasa nada, es lo normal. El tiempo solo avanza en una dirección, las ciudades cambian y uno va acumulando años. Pero sorprende la primera vez que te ves a ti mismo siendo tu padre y explicándole a tus hijos que ahí antes había un cine o en esta esquina me di mi primer beso cuando los coches aún pasaban por esta calle.
No me gustaría que esta entrada fuera un lamento melancólico por la juventud perdida ni una apología de la nostalgia que pretende volver a un pasado que solo es mejor en nuestra cabeza. Esta entrada no busca descubrir nada, sólo echar una foto mental y compartirla, por si a alguien le hace sentir como me sentí yo el otro día: resulta que en mi barrio había una panadería de toda la vida. No exagero, abrió antes de que yo naciera. Formaba parte de una cadena de panaderías históricas de la ciudad y era la más relevante del barrio, por su ubicación estratégica.
Estaba a unos 100 metros de mi casa y empecé a ir ahí (y no a las otras cinco o seis que tengo a distancias similares) porque me gustaban sus croissants de chocolate y porque la mujer que atendía por las mañanas me caía bien. Parecía una de esas personas que llevan toda la vida en el mismo puesto, conociendo a todo el mundo y viviendo tranquila con su rutina madrugadora. Recuerdo perfectamente ir un martes a comprar y preguntarle qué tal estaba. Me respondió que todo bien, como siempre. Realmente nunca hablábamos de nada, pero era un momento agradable. Al día siguiente no abrieron. Ni al siguiente. Ni al siguiente. Ni nunca más.
No teníamos tanta confianza, pero me sorprendió que no hubiera ninguna señal que indicara que iban a cerrar de forma súbita. ¿Quizás unas reformas? Eso pensé durante un par de semanas, hasta que vi que se alargaba demasiado. Si vas a hacer reformas en un negocio lo normal, digo yo, será empezar cuanto antes para poder abrir de nuevo. Pero pasaban los días y nada. Hasta que una buena mañana veo operarios y recupero la esperanza. Quizás sí que van a reformar el local, que es cierto que se había quedado un poco antiguo.
Al cabo de dos días me doy cuenta de que no. No quieren reformar la panadería. En cualquier caso reconstruirla desde cero, porque en apenas 48 horas ya no queda nada. Un solar, nada. Las posibilidades que monten ahí otra panadería son francamente pocas. Lo más probable, pienso, es que hagan viviendas. Me imagino al propietario del edificio (un chaflán de dos pisos más bien estrecho) con ganas de ganar más pasta que con el alquiler viejuno. Me lo imagino echando a los de la panadería y vendiendo por un buen dinero a un promotor flipado que quería meter tres viviendas en el espacio de una.
La cuestión es que empezaron las obras y tenía toda la pinta de ser esto: un par de viviendas por lo menos. Y medio año después no os puedo desvelar qué han construido porque no han construido nada. Así se quedó, a medias. Con el esqueleto de algo que quizás podría haber sido un hogar, medio tapado por cuatro vallas cutres, pero a merced de la intemperie. Imagino ahora al promotor flipado arruinado, que calculó mal y se quedó con el culo al aire. Y ahora tenemos una panadería menos y un solar de mierda más. Y espero que no con una parada más; ojalá la panadera haya sido recolocada en otra panadería de la cadena.
Como he dicho, no creo que haya ninguna reflexión en este texto. No sé si es bueno o malo que se cambien servicios por viviendas o al revés. No sé de urbanismo. No sé de economía ni de negocio. Sé que hay muchas panaderías por la zona y quizás no haya negocio para tantas. También sé que un barrio debe estar vivo y en constante movimiento para poder hacértelo tuyo y ese solar es justo lo contrario. Espero vivir lo suficiente para contar a mis nietos que ahí antes había una panadería que hacía unos croissants muy ricos.

La de la foto no es la panadería a la que me refiero, pero valdría porque ésta también cambió de nombre